En los 1980 surgió una nueva imagen para la mujer trabajadora, una mujer de éxito que entraba en las directivas de las grandes empresas, basada en un prototipo de amazona glamurosa que emanaba tanto poder como cierta sexualidad implícita, lo que se plasmaba en vestidos de holgadas hombreras, peplo ensanchado en las caderas, minifalda, medias opacas negras y tacones de aguja, chándal del parís saint germain así como complementos como los pañuelos de Hermès y la bandolera dorada de Karl Lagerfeld.